jueves, octubre 7
Ilustración de una torcedura
Breve cuenta de mi infortunio
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Mezclemos el instinto de autocompasión con la lucidez más brillante y dejemos esa furia frente a la puerta. Piquemos. En la dispersión de la estancia libraremos, asimismo, los prejuicios, la exaltación del amor y las vastas corrosiones de este liberalismo fundamentalista que nos ha tocado vivir.
La contrariedad de las pasiones y de los deseos hará forzosamente reacción y comenzará a fundirse, resbalando por los canales del agua sucia hasta una habitación hermética ocultada en la planta inferior y construida únicamente para abastecer y aislar la frustración y las amarguras. Si una fuerte revelación sacude la casa, es muy probable que se descubra alguno de los tres minúsculos accesos de la pieza.
Consideremos que en uno de los golpes, una desagradable variante perfora alguno de esos accesos: un tibio hálito de desesperación abandonará la estancia e irá impregnando todas las paredes de la casa. Encendamos ahora el altavoz y dejemos sonar la música. Permitamos la entrada de algún perro viejo. Sí, Baudelaire está en el jardín, jugando con la maleza. Al mismo tiempo, la lucidez comenzará a arder ante el ascenso de la presión.
Accionaremos las palancas que liberan expectativas y certidumbres con el fin de combatir el fuego. Atendamos también a la tensión que hace temblar los pilares. Las fugas son reales. El gas fluirá del subterráneo y carcomerá los contrafuertes. En este punto, los temblores son cada vez más agresivos. Es evidente, pues, el dinamismo de la tristeza y del desaliento.
Abramos la ventana y activemos la alarma. Una mirada sosegadora disuade a los funestos elementos que invaden la morada. La lucidez ha quedado calcinada. Los desperfectos son cuantiosos. No todo está controlado. Hay que organizar una expedición para eliminar los restos. Bajemos al subterráneo. Una frase llena de gravedad, aunque anhelante de comprensión, sale despedida desde el pasillo y golpea fuertemente contra la puerta de la estancia. El humo nos ciega y nos asfixia. El contacto con el aire hace explotar la desesperanza y un violentó ciclón de ira acaba abriendo un agujero en el jardín.
Al final de la batalla, tenemos un monstruo que no se detendrá hasta topar con algo, con cualquier cosa. Un monstruo ciego e iracundo al que sólo bastará un golpe para lograr su solemnidad.
Pues bien, ese monstruo topó conmigo. Ahora guardo el reposo de los héroes, el retiro de los vencidos y la baja laboral.





