sábado, octubre 30

 

Él se acercó al espejo. Algo falta, advirtió. Siguió buscando. Algo falta, se repitió, algo falta, algo imperceptible. Y siguió buscando. Tocó el espejo con los dedos. Se palpó la boca. Mordió sus manos. Algo falta, se dijo. Pero no sabía nada más. Decidió bajar a la calle y pasear un poco. Observó su figura reflejada en los escaparates. Algo falta, pero qué. Llegó caminando hasta la Ciudadela. Siguió meditando sin resultados. ¿Qué faltaría? Se llevó un cigarrillo a los labios. Dispuso una mano alrededor para hacer de paravientos y con la otra tomó un encendedor. Cuando tuvo la llama ante sus ojos, sintió pánico. Aulló. Dejó caer el cigarrillo. Retrocedió pálido sobre sus pasos. Lentamente. Horrorizado. Le costaba respirar. Pero gritó. Cada vez más fuerte. Y corrió aterrado. La gente se apartaba. Él chillaba, lloraba violentamente, se golpeaba la cabeza. Falta la luz, gritaba. Ya no hay luz. Se la ha comido el espejo. Me he quedado solo.

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