lunes, octubre 11
Tengo una estantería llena de libros. Algunos no los he abierto siquiera y el polvo comienza a desteñir el lomo. De otros he llegado a olvidar su existencia. Recuerdo haber encontrado muchos de ellos por casualidad en una feria o en una de las pequeñas librerías del barrio judío, en las calles estrechas, las húmedas y sucias que hay al torcer la esquina del bar de los sofás donde tomamos zumos extraños y charlamos con las extranjeritas. Otros salieron del Mercat o de los puestos del Odeon.
En esa estantería se superponen unos sobre otros, se ocultan en filas, los pequeños se amontonan en el hueco que dejan los grandes, conviven diccionarios con novelas, poemarios con tiras de humor y con ensayos. La táctica es clara; los libros se ven abocados a la destrucción de todo rastro de solemnidad. Esto introduce el azar como método de lectura. La combinación aleatoria de los títulos posibilita las gratas sorpresas y lógicamente, también las decepciones. Es un riesgo delicado. Ayer noche, por ejemplo, me planté ante la estantería y alargé el brazo detrás de la primera fila de volúmenes. Tomé uno por casualidad y resultó ser un viejo tomo de Cortázar, con un ticket de compra en el interior que databa veinte de octubre de dos mil dos. Empecé a pensar qué me llevaría a comprar ese libro en aquel preciso día. Fue un lindo ejercicio de memoria. Aquella jornada la tomé libre de ocupaciones, rehuí planes y pesquisas, me excusé de mis compromisos y me fui a pasear. Fue agradable. No obstante no leí lo suficiente este volúmen de Júlio. Salvo el crepúsculo. Ayer noche lo abrí sin un procedimiento claro y di con un lindo poema escrito a mano, un exorcismo de Cortázar, una invocación de mujeres para asistir a un baile de máscaras, una belle èpoque que él había recreado en la habitación con los últimos vahos del humo y del olor a coñac. Me apetece transcribir algo:
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Aquí Alejandra(...)
Vení, quedate,tomá este trago, llueve,te mojarás en la rue Dauphine,no hay nadie en los cafés repletos,no te miento, no hay nadie.Ya sé, es difícil,es tan difícil encontrarseeste vaso es difícil,este fósforo,(...)quisieras insultarme sin que dueladecir cómo estás vivo, cómose puede estar cuando no hay nadamás que la niebla de los cigarrillos,cómo vivís, de qué maneraabrís los okos cada díaNo puede ser, decís, no puede ser.Bicho, de acuerdo,vaya si sé pero es así, Alejandra,acurrucate aquí, bebé conmigo,mirá, las he llamado,vendrán seguro las intercesoras,(...)burbujas deslizándose desnudasfrotándose a la luz, Remedios Varo(...)
El poema sigue. Circula íntegro por la red, me di cuenta. Por si les dio hambre:
Me encantó tanta dama, tanta pintura y tanta música, y encontré agradable -incluso pareció anhelante camaradería- la coincidencia de estar leyendo el poema con un cigarrillo de haschisch colgando de los labios y un disco de Thleonius Monk de fondo, la noche más honda aún que todo. Son las gratas sopresas, las invitaciones, la compañía una noche de insomnio. Recuérdese a Remedios. Desde luego.





